domingo, 11 de enero de 2015

PETER, ALICE Y CHARLES: ESPEJOS Y MADRIGUERAS


Tengo un librero favorito en Londres. Se llama Peter Foster y tiene una parada de libros antiguos en el mercado de Portobello. Su especialidad son los libros de cuentos victorianos y, sobre todo, Alicia. Recuerdo el día que lo descubrí. Hacía un par de días había encontrado una maravilla en Islington, una edición de Alicia de cuando la reina Victoria aún vivía y que todavía me hace temblar cuando lo veo descansar en su lugar privilegiado de mi despacho. ¿Tendría la suerte de encontrar algo más antes de volver a Barcelona?

Y los buenos Dioses de los libros victorianos dirigieron mis pies hasta la parada de Peter. No sé cuánto tiempo pasé mirando su colección de libros de Alicia y sobre Alicia. "Los colecciono" me dijo mientras me iba sacando ejemplares, enseñándome las fechas, las cubiertas, las ediciones... ¿Sabéis cuando se detiene el tiempo?





Cada vez que voy a Londres intento ir a verlo, a él ya su mujer, pasar un rato junto al Reverendo y sus misterios.

En octubre pasado compré una edición descatalogada de una biografía de Lewis Carroll escrita por Derek Hudson y publicada en 1954 por Constable London. Es un libro bonito y cuidado, con ilustraciones, fotografías... Se publicó después de que los diarios de Carroll vieran la luz manipulados por la familia. Me gusta especialmente porque huye del sensacionalismo y de la visión enfermiza que en ocasiones se ha dado de Carroll. La gran dificultad a la hora de redactar una buena biografía sobre el Reverendo viene dada por la inexistencia de fuentes fiables. Tenemos sus cartas, sus fotografías... pero tenemos también los silencios de su familia y de los Liddell, la voluntad evidente de ocultar cualquier información que nos ayude a saber quién fue realmente Lewis Carroll, el hombre que suplicaba el perdón divino el final de sus días.

Alicia no es un libro para niños pero nos transforma en niños cuando lo leemos, dijo Virginia Woolf.

Alicia es un accidente, un accidente afortunado que convierte en escritor al tímido profesor de matemáticas que pidió por favor que le permitieran no decir misa cuando se ordenó. Alicia nos arrastra en su viaje, es una niña buena y educada que se resiste a romper las normas y se empeña en buscarle un sentido lógico a todo lo que ve. Pero en el fondo, ¿quién puede resistirse a dejarse caer por la madriguera?

La época victoriana fascina porque se mueve entre la corrección y la depravación, entre la exquisitez de salón de té y las perversiones que sólo podríamos llegar a entender al otro lado de nuestro propio espejo. Como el propio Lewis Carroll intentando mantener la cabeza pegada al cuello más allá de los deseos de reinas y plebeyas.