domingo, 31 de julio de 2011

POR SI ME ENCUENTRO UN HIPOPÓTAMO...

VERSIÓ EN CATALÀ

Hago las maletas pensando en aquellos viajes decimonónicos de mis heroínas. Saber cuándo te irás pero no cuándo volverás... qué maravilla. Ni si volverás. Viajar a ciegas y en contra de todos.

Intento llevar sólo cosas útiles en la maleta pero no puedo evitar recordar a la genial Mary Kingsley (1862-1900) que viajó por África estudiando las tribus caníbales y descubriendo nuevas especies animales y que llevé con ella desde Cambridge su paraguas. Un día navegaba por un río del África Occidental y se encontró con un hipopótamo que quería volcar la barca. Sin saber qué hacer, cogió su paraguas y acarició al hipopótamo con él detrás de la oreja. El hipopótamo, sorprendido y extasiado, se fue tranquilamente sin tocar la barca.

Intento cargar cosas útiles en la maleta pero soy heredera moral de Mary Kingsley. No llegaré a los extremos de la intrépida May French Sheldon (1847-1936), experta exploradora en Kenia, que viajaba por África cargando con su bañera y sus platos de porcelana. Viajando en aviones low cost es difícil llevar la bañera encima... pero un paraguas por si me encuentro con un hipopótamo con falta de cariño quizás sí que me cabe...

Echo de menos mis veranos africanos. Como Lady Anne Blunt, la deliciosa nieta de Lord Byron e hija de la matemática Ada Byron de quien ya he hablado en alguna ocasión, vivo entre la añoranza caótica e inexplicable de El Cairo y la necesidad vital de perderme por las calles de Londres.

Me voy con una maleta llena de cosas útiles. Con el ánimo decimonónico de hacer grandes descubrimientos.

Ya os diré si me he encontrado un hipopótamo en mis rutas obsesivas entre Italia e Inglaterra.

O si acabo descubriendo nuevas pirámides a la orilla del Nilo.

O nuevas pastelerías en ciudades francesas.

O nuevos hipopótamos...

lunes, 18 de julio de 2011

THE WATER-BABIES: LUCES Y OSCURIDADES VICTORIANAS

VERSIÓ EN CATALÀ




En mi lista de personajes victorianos favoritos está Charles Kingsley (1819-1875). Fue capellán de la reina Victoria, creador del socialismo cristiano y autor de Los niños del agua (The Water-Babies, 1863)

Fue publicada un par de años antes que Alícia en el País de las Maravillas. Y como Alícia y la mayoría de cuentos de hadas victorianos, presenta una lectura que va mucho más allá de la literatura infantil.

La magia victoriana es oscura, inquietante, de una dulzura que esconde auténticas pesadillas, de hadas luminosas ocultando las crueldades cotidianas que pueblan la geografía onírica infantil.

Los niños del agua explica la historia de Tom, un pequeño deshollinador que, como la mayoría de criaturas de aquella época, es explotado y maltratado por los adultos, obligado a trabajar, a no estudiar y a malvivir por las calles. Tristes circunstancias hacen que el pequeño Tom acabe ahogado en el fondo del río. Allá es recogido por las hadas que lo convierten en un niño del agua. Y así Tom es educado por criaturas acuáticas(pescados, insectos, hadas...) que tratan de hacer de él un hombre de provecho.

La historia de Kingsley es una sátira moralista, surrealista en ocasiones, divertida, triste, con aires de Dickens y descripiones fascinantes de la fauna de los ríos británicos, una crítica feroz de la mentalidad cerrada de algunos científicos de la época y sobre todo de la explotación infantil y de los métodos educativos que sufrían los niños.
Si somos capaces de contextualizar la historia y pasar por alto las continuas referencias en contra de los irlandeses, los americanos, los negros y los católicos, resulta una historia deliciosa, con aquella melancolia decimonónica, con aquella crueldad insuperable que sólo tienen los cuentos de hadas victorianos.

Sufriremos con el pequeño Tom, maltratado y explotado, intentando sobrevivir en el río, entre salmones, libelulas y hadas, sorprendido con el primer abrazo maternal que le dan, deseoso de tener compañía, de poder jugar y vivir como un niño, sin tener que trabajar limpiando chimeneas, pasando hambre y siendo maltratado por los patrones.

Reiremos con las escenas de los científicos escépticos que niegan la realidad a pesar de tenerla ante las narices.

Temblaremos entre las sombras inquietantes de un cuento de hadas que esconde las críticas más feroces contra la manera de educar a los niños del siglo XIX.

Dice Kingsley al final de la historia:

Estudia y da gracias a Dios por disponer de agua fría para lavarte, como un auténtico inglés. Y te digo más: aunque mi historia no sea real o yo no tenga razón, no importa, tú mantente fiel al esfuerzo y al agua fría. Y recuerda siempre, como te dije al principio, que todo esto sólo es un cuento de hadas, pura fantasía y diversión. Y por lo tanto no tienes que creer ni una sola palabra. Aunque sea verdad.