domingo, 20 de marzo de 2011

JOHN Y FANNY, TAN BRILLANTES Y DELICADOS...

VERSIÓ EN CATALÀ



Hace unos días andaba yo por Bloomsbury, bajo el extraño sol londinense, por las calles y las plazas donde Virginia Woolf paseaba su tristeza y su genialidad a principios del siglo XX. La sombra del Museo Británico de fondo y la mirada a punto para encontrar nuevos rincones. Así es como vi, en Bloomsbury Square, un pasaje que me llamó la atención, el pasaje Red Bull que conduce a una plazoleta encantadora con un par de tiendecitas y una librería, la Review Bookshop (también tiene entrada por la calle del Museo)

La librería me entusiasmó porque tiene una amplia colección de libros de cartas (de escritores, de pintores, de políticos, de músicos...) y una cafetería magnífica, pequeña y rústica, con un buen café y unos pasteles increibles. Y todo el mundo conoce ya mi debilidad por las buenas cafeterías y por la literatura epistolar...

Así que no pude resistirme a comprar un libro muy bonito con las cartas que el poeta John Keats le enviaba a Fanny Brawne, su gran amor secreto y prohibido. Fanny era una provocadora para la sociedad victoriana por enamorarse de un poeta como Keats, evidentemente un mal partido (aunque cuando se conocieron no se cayeron demasiado bien precisamente) Él murió en Roma con 25 años por culpa de la tuberculosis. Ella se paseó vestida de luto y con la cabeza rapada durante seis años.


11-10-1819

Hoy vivo en ayer; me sentí bajo un embrujo el día entero. Estoy a tu merced. Escríbeme unas pocas líneas, dime que nunca serás menos buena de lo que fuiste ayer conmigo. Me deslumbraste. No hay nada en el mundo más brillante y delicado. Cuándo tendremos un día sólo para los dos?

Siempre tuyo, John Keats.

Gracias a Fanny la poesía de Keats fue como fue, delicada y brillante. Todo en ellos fue escandaloso y luminoso, una de aquellas pasiones extrañas en que la musa y el poeta se disuelven en la inmensidad de la vida y de la muerte. Pensaban que algún día podrían estar juntos y se comprometieron en matrimonio en secreto. Pero ni siquiera el aire de la bella Roma donde John viajó para intentar mejorar su salud consiguió salvar su historia.

Él murió y fue enterrado con las cartas que Fanny le enviaba, de manera que no sabemos qué le explicaba la musa al poeta. Ella vivió muchos años, se casó, tuvo hijos y hasta el día de su muerte llevó el anillo que John le había regalado y conservó las cartas que él le enviaba y que publicaron sus descendientes cuando ella ya estaba muerta.

Habrían imaginado que acabaríamos leyendo sus intimidades? Seguramente nadie piensa una cosa así cuando escribe una carta de amor. Si es que alguien escribe todavía cartas de amor.

Pero quién puede resistirse a saber cómo le habla un artista a su musa?
Yo, al menos, no puedo.

Qué placer inmenso empezar a leer la cartas de John a Fanny en la cafetería de la Review Bookshop, ante un buen trozo de pastel de chocolate... El sol entrando por la ventana, el fantasma de Virginia Woolf paseando por Bloomsbury Square... John y Fanny amándose desde algún lugar indefinido de la eternidad, juntos por fin.

Me parece que ya no les debe de importar si leemos sus cartas...



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